sábado, 29 de mayo de 2010

Recuerdo...


Recuerdo un poster enorme en una de las paredes del aula de Religión donde ponía: "La primera lección de la vida es compartir".

Debe ser por nuestra cultura, pero yo siempre lo había interpretado de una manera muy material, muy física. Tengo dos manzanas, te doy una. Comparto mi paga con los niños pobres. O incluso ya más trascendental, comparto mis juegos con otros niños.

Hoy me he dado cuenta de algo importante. Una de las bases de mi tratamiento es COMPARTIR. No comparto ni mi dinero, ni mi comida, ni mis juguetes, pero comparto mi tiempo, mis emociones y mis sentimientos.

Ahora entiendo la frase. No se si COMPARTIR es la primera lección de la vida, pero se que es una lección vital.

¿Podemos superar un mal trago sin compartirlo? ¿son iguales nuestras alegrías si nos las quedamos para nosotros solos? He de compartir mis emociones con algo más vivo que la comida, con algo más humano que no se eche a perder si pasan un par de días.

Compartir mi vida de forma compulsiva con la comida me ha llevado a esto. Creo que se puede entender una adicción como la forma compulsiva de compartir con cosas, situaciones, o sustancias no saludables.

No quiero compartir más mi vida con la grasa, ni mi tiempo con los dulces. Quiero compartir mis emociones con quien realmente lo merezca y no con quien (o que) me lleva a una vida esclava de excesos incontrolables.

Quiero compartir mi dolor con quien realmente tenga la capacidad de entender. Quiero compartir mis logros con quien tenga la capacidad de alegrarse. Y quiero compartir mi proceso de curación con quien pueda apoyarme.

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